Ayudar a que un adolescente se inicie en la vida

Por Esther Cepeda,

Tha Washington Post

Mientras caminaba por el valle del desempleo de los adolescentes con mi hijo de 16 años, se me ocurrió ofrecer a mis lectores una actualización de la historia de un joven, sobre el que escribí en una columna anterior.

En octubre de 2011, reporté acerca de la ocasión en que estando acurrucada en un sillón de mi café local, vi a un adolescente sentarse a la mesa de al lado y comenzar una de las peores entrevistas de empleo que yo haya presenciado.

Usando vaqueros caídos fabricados con arrugas y partes gastadas y un buzo con capucha, demasiado grande, este muchacho estaba tirado en la silla y contestaba entre dientes las preguntas del gerente de la tienda, en oraciones incompletas.

Miraba sus manos mientras mascaba chicle, no había completado su solicitud correctamente y no había traído ninguna forma de identificación legal. En aquel momento mencioné que parecía ser un muchacho promedio tratando de encontrar trabajo, quizás en el peor clima laboral para jóvenes del último medio siglo. “Según la Oficinas de Estadísticas Laborales”, escribí, “sólo un 48,8 por ciento de personas entre 16 y 24 años [en la fuerza laboral] estaba empleado en julio, el mes pico típico de trabajo para los jóvenes, [lo que constituyó] la tasa más baja computada desde 1948, cuando la oficina comenzó a mantener datos.” Lo que ocurrió después de la publicación de esa columna me sorprendió.

Unas pocas semanas más tarde, mi esposo y yo vimos que el joven de la entrevista había sido contratado.

Tenía mis serias dudas sobre su capacidad de llevar a cabo un trabajo que requería una charla amistosa con clientes que andan apurados y que a veces hacen pedidos de comida complicados.

Como clienta de este café del barrio prácticamente desde que se abrió, he visto que estos empleados vienen y van.

Se necesita un tipo de persona especial para florecer en un puesto que sirve a clientes exigentes antes de que hayan consumido su primer dosis de cafeína.

Los novatos —casi siempre adolescentes— generalmente tienen un comienzo difícil: Se ponen la gorra de béisbol que viene con su uniforme sobre los ojos y no miran a los clientes, mientras luchan por aprender a usar la caja registradora.

No hablan suficientemente alto, se olvidan de decir “hola” o “gracias” o “Lo siento” cuando se equivocan con el pedido. Algunos parecen hoscos bajo presión y otros son muy dulces, pero increíblemente lentos.

Muchos no duran, hasta que se les pide que encuentren un trabajo más adecuado para ellos. Otros maduran maravillosamente. Casi cuatro años después, da placer ver a Sergio.

Ya no es el tímido empleado que habla entre dientes; el muchacho que en 2011 pensé que no triunfaría es maestro ahora de su reino de scones, bagels y café. Bajo la mano firme de un gerente que corrige a sus empleados con respeto, Sergio conoce a sus clientes y a menudo sabe cuál será el pedido; es agradable y rápido.

El domingo pasado por la mañana, me saludó como un orgulloso campesino alardearía de su cosecha. “Sí, sin duda hacía frío esta mañana a las 4”, dijo mientras se jactaba de haber abierto el café y ayudado al panadero a prepararse para la hora de apertura. Estas asombrosas transformaciones son la norma en los cafés, restaurantes al paso y otros lugares donde contratan a adolescentes para un trabajo exigente, que los recompensa mucho más como experiencia profesional y para su vida personal que en jornales. Bendiga Dios a gerentes y supervisores que pueden ver más allá de las imperfecciones de un nuevo candidato para el mercado laboral y que invierten su esfuerzo para formar a un buen trabajador que disfruta de su trabajo y de los clientes. Pero el informe del empleo de febrero de 2015, publicado por la Oficina de Estadísticas Laborales, muestra que el desempleo entre los adolescentes (16 a 19 años) es de un 17,1 por ciento, más de tres veces de todo el resto de los empleos no agrícolas, que es de un 5,5, más soportable. Un informe de enero, de Drexel University, sobre el desempleo entre adolescentes señaló que la capacidad de obtener empleo de los adolescentes está estrechamente conectada a los ingresos familiares, es decir que los que vienen de familias más necesitadas tienen menos probabilidades de encontrar trabajo. En nuestra economía aún en recuperación, la realidad de que uno necesita experiencia de trabajo para obtener un trabajo golpea fuerte a los jóvenes que buscan su primer empleo. Si usted es padre o mentor, haga todo lo posible para ayudar a que los jóvenes obtengan trabajo. Ofrézcales instrucción o contrate a uno de ellos. Su ayuda promete realizar un cambio positivo en la vida de estos jóvenes.