El papel evolutivo de las bibliotecas estadounidenses: Centros de asistencia social

Por Esther Cepeda,

The Washington Post

A cuarenta millas del centro de Chicago, en el lugar de nacimiento de Ray Bradbury, se encuentra uno de los ejemplos más asombrosos del papel evolutivo de las bibliotecas estadounidenses: de repositorios de libros a refugios comunitarios. Es un hecho aceptado que las fuerzas del orden son, de hecho, la primera línea de los servicios de salud mental para los pobres. De la misma manera, en ciudades que luchan por sus subsistencia–como Waukegan, que hace décadas era un enclave de clase media blanca–la biblioteca es la asistente social de primer y último recurso.

Si uno entra en el espacioso piso principal de la Biblioteca Pública de Waukegan, se encuentra con grupos de individuos concentrados en bancos de computadoras o que reciben asistencia con el proceso de inscripción para recibir los beneficios de la Ley de Asistencia Médica Asequible. Los niños están arriba, en apoltronados sillones, leyendo novelas gráficas o jugando en la sala de recursos para niños. Y los sin techo entran en calor en un día en que el mercurio quizás no suba de 2 grados Fahrenheit. Un aula con los últimos avances constituye la sala principal del primer piso. En el cálido abrazo de sus paredes de vidrio, la gente se reúne para aprender un inglés rudimentario, estudiar para el examen GED de equivalencia de la secundaria, solicitar licencias de conducir temporarias, aprender Microsoft Word, llenar solicitudes para la ciudadanía de Estados Unidos, prepararse para el examen ACT, alimentarse más saludablemente u obtener información sobre cómo llamar a la línea de emergencia para suicidas. Los libros, en efecto, son irrelevantes en una institución en que la misión no es meramente promover el alfabetismo, sino mejorar las vidas de los miembros de la comunidad. “Los datos demográficos están cambiando, y la percepción de la biblioteca está cambiando–si no cambiamos con ella, corremos el riesgo de no ser ya relevantes,” dijo Carmen Patlan, directora de extensión y lazos comunitarios de la biblioteca de Waukegan. “A medida que los libros son el línea al igual que los lectores, la gente se pregunta si las bibliotecas seguirán existiendo. ¿Cuál será su cometido? Las bibliotecas comienzan a sentir la necesidad de cambiar para encarar las necesidades subyacentes de una comunidad, porque si la gente está en crisis, estos 250.000 libros no significan nada.” Patlan es una veterana en la agitación que experimentó Waukegan como punto candente de la ansiedad provocada por la inmigración. Los hispanos representan ahora más de la mitad de la población y en junio de 2007, el Consejo Municipal de Waukegan votó a favor de solicitar fondos federales, por medio del programa 287 (g), ahora caduco, a fin de certificar a dos oficiales de policía para iniciar procedimientos de deportación contra inmigrantes ilegales que cometieran delitos. La decisión causó un alboroto en una ciudad ya ansiosa por el influjo de inmigrantes de habla hispana, que huían de Chicago y a veces llegaban directamente de México. Pero mucho antes de que los programas de extensión comenzaran a cultivar a clientes hispanos enseñándoles el objetivo de una biblioteca–muchos inmigrantes, con pocos conocimientos sobre bibliotecas, creen o bien que son librerías u organizaciones académicas no abiertas para el público–gran parte de la base de usuarios de más edad y blancos se mudaron, o sus hijos eran mayores y ya no iban a la biblioteca con su familia. La biblioteca ofrece todo eso, a veces con la ayuda de asistentes sociales y enfermeras certificadas. Si la realización parece una responsabilidad demasiado grande para una humilde biblioteca, sólo pregúntense: Si la biblioteca no se auto designa como asistente social de una comunidad, ¿quién lo hará?