Por Rita Wirkala
Menino bahiano
I
El niño dibujo en la arena y espera,
y piensa en la cesta de peces dormidos
que trae en la barca su padre.
El oro escarlata en la brillante esfera
se ha vuelto ceniza y descolorido,
y un viento de hielo lo barre.
El cielo se cubre de nubes pesadas
y en el horizonte, difuso en la niebla,
ahora no hay hombres ni barcas.
El mar turbulento, la tarde cerrada,
no queda en la costa ni redes ni velas;
apenas un niño que aguarda.
II
Viento hermano, tú que sabes del bello trabajo
de hablar con los peces en la altamar.
¿Tú viste a mi padre pescar?
No, no vi a tu padre pescar.
Caracol, dulce amigo, que vives abajo
y ves a los barcos encima flotar:
¿Tú has visto a mi padre pasar?
No, no he visto a tu padre pasar.
Yemanyá, diosa hermosa: tú eres quien trajo
las aguas del río a llenar el mar.
¿Tú lo viste tal vez naufragar?
Pues, sí… pues, no…déjame recordar.
III
De pronto y sin causa el mar se serena.
El niño dibuja en la orilla y espera,
y piensa en los peces durmiendo.
Las olas arrojan la barca a la arena,
y el hombre, temblando y cargando la cesta,
le dice a su hijo, sonriendo:
Ya ves, aquí estoy. Ve y dile a tu madre
que vine y les traje la cena.