El fin de los secretos

VENECIA, Italia — Iba caminando por uno de los más de 400 puentes de esta maravillosa ciudad cuando me entró una llamada en mi celular. No debí contestar. Estaba de vacaciones. Quien fuera que estuviera tratando de localizarme bien podría dejarme un mensaje.

Pero siempre tenemos esa absurda idea de que la llamada puede ser importante. Saqué el teléfono del bolsillo de mi pantalón, deslicé mi dedo sobre la pantalla del iPhone para contestar y ahí, como si tuviera vida propia, se me zafó de la mano, rebotó en mi rodilla y fue a parar al fondo de un canal veneciano.

Mi primer impulso fue tirarme al oscuro canal para rescatarlo. De verdad, lo pensé unos segundos. Y al darme cuenta que sería una tontería, de pronto, sentí como si algo en mí hubiera muerto. Ese celular tenía mi vida: mis contactos, mis fotos, mis contraseñas. Pero, sobre todo, era parte de mi biología. Lo tuve pegado a mí más que cualquier ser humano. Mi extendida familia y mi profesión me obligaban a, literalmente, dormir con él (en vibración, claro).

Mi celular murió ahogado.

Me sentía muy inquieto por estar desconectado de internet y del servicio telefónico, pero decidí que no lo reemplazaría durante toda la semana que estuviera en Italia. Mejor me concentré en el viaje, en mí mismo y en la gente que me rodeaba. En pocos días me olvidé del dispositivo (aunque en el fondo de mi mente, yo sabía que con el tiempo me compraría otro).

La vulnerabilidad que sentí subraya el hecho de que estos dispositivos no son simples herramientas para guardar datos y trasmitir información. Dependemos de ellos y nuestra vida está íntimamente conectada con su uso. Contienen tanta información sobre nosotros que, conforme los usamos, vamos dejando huellas cibernéticas doquiera que vayamos. Por eso no es sorprendente que los programas modernos de espionaje se concentren en los teléfonos celulares.

El espionaje al que me refiero, claro, es el realizado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) que, de acuerdo con un reporte que publicó el periódico británico The Guardian este mes, está recabando una cantidad enorme de datos sobre el uso de teléfonos celulares entre los estadounidenses, sean o no sospechosos de hacer algo ilegal. Y según otro artículo de The Guardian, la NSA también recaba datos sobre el uso de internet en todo el mundo. Tan sólo en marzo, la agencia recabó 97,000 millones de datos de las redes globales de internet.

El hecho de que este espionaje sea “legal”, es decir, autorizado secretamente por el congreso norteamericano, no significa que sea un comportamiento moral y ejemplar de la democracia líder en el mundo. Uno espera este tipo de comportamiento de Cuba o China, pero no de Estados Unidos.

El propio presidente Barack Obama lo había dicho antes: “Es importante entender que no puedes tener 100 por ciento seguridad y también el 100 por ciento de privacidad sin ningún inconveniente.”

Traducción: Vamos a seguir espiando en sus celulares y en sus cuentas de internet porque es la única manera de protegernos de atentados terroristas.

Repito mi nueva regla cibernética: Si no quiero que se sepa, no lo digo por celular, ni lo texteo, ni lo escribo en computadora. Creo, firmemente, que ningún gobierno tiene por qué meterse con mis cosas personales ni me parece correcto que un funcionario se ponga a surfear en mi computadora. Pero nuestro error fue pensar que la internet y el sistema telefónico permitía absoluta privacidad. La sensación de intimidad que da el celular y el escribir un email es totalmente falsa.