Se destapan los “Soñadores”

HELEN O’NEILL

The Associated Press

Era delgadita y tenía un aspecto tembloroso y vulnerable. Tenía apenas 15 años y había llevado ya una vida llena de penurias desde que perdió a su madre a los 5 años y cruzó el desierto con su padre. Pero empuñó el micrófono con determinación para hablar ante los congregados en la plaza de Union Square en Nueva York.

“Mi nombre es Diana”, dijo. “Soy indocumentada y tengo miedo”.

Con esas palabras el pasado marzo, otra joven decidió “destaparse”.

El movimiento comenzó hace varios años, con timidez, casi furtivamente, con unas reducidas concentraciones y unas pocas camisetas llamativas, lo que animó a miles de jóvenes, aterró a sus padres y puso en una incómoda posición a las autoridades, que no sabían cómo reaccionar.

Desde California hasta Georgia y Nueva York, los hijos de familias que residen ilegalmente en el país “se destapan”.

Desfilan tras carteles con lemas como “indocumentados y sin miedo”, protagonizan sentadas en oficinas federales y son arrestados frente al Capitolio de Alabama, a tribunales federales de inmigración y a centros de detención en el condado de Maricopa, Arizona, donde trabaja el alguacil Joe Arpaio, famoso por sus redadas en busca de extranjeros sin papeles.

Al “destapar” a sus familias y al hacerlo ellos, saben que pueden ser deportados. Empero, y pese a que los estados aprueban leyes cada vez más severas contra la inmigración ilegal — y los detractores tildan a sus padres de delincuentes — estos jóvenes sostienen que no les queda otra alternativa.

Incluso personas que ven su causa con benevolencia sostienen que el gobierno federal no ha logrado garantizar la inviolabilidad de las fronteras estadounidenses y que es demasiado costoso brindar enseñanza, cuidados médicos y otros servicios públicos a los extranjeros que están en el país ilegalmente.

Afirman que concederles la ciudadanía porque eran niños cuando entraron ilegalmente en el país premia a los padres que violaron la ley.

Con todo, algunos jóvenes se “destapan” públicamente para describir su situación.

Los extranjeros sin permiso de residencia han aumentado sus protestas, poniendo a prueba la nueva política de la Casa Blanca de “discreción procesal”, centrada en la deportación de los delincuentes más egregios, no estudiantes o inmigrantes ilegales sin antecedentes penales.

McCain, uno de los patrocinadores de ley DREAM Act en el 2007, enfureció a los jóvenes sin papeles en el 2008 al indicar que no la respaldaría sin mayores controles fronterizos.

ICE dice tras esas concentraciones que el nuevo enfoque “incluye centrarse en los extranjeros que han cometido delitos y los que hacen peligrar la seguridad pública y la integridad del sistema de educación”. La nueva política de ICE, adoptada hace un año, ordena a sus agentes considerar el tiempo pasado por un detenido en el país y si el cónyuge o los hijos de esa persona son ciudadanos estadounidenses. Pese a los cambios, sus detractores sostienen que no es posible deportar a todos los jóvenes que están en el país ilegalmente.

Según El Consejo Estadounidense de Inmigración, unos 2,1 millones de jóvenes podrían beneficiarse con la DREAM Act. Unos 65.000 estudiantes sin papeles se gradúan anualmente de las escuelas de enseñanza secundaria en Estados Unidos.

Y en Nueva York Alejandro Benítez acompañó a su hijo, Rafael, en marzo a una marcha de “destape”. El padre sacaba pecho con orgullo al ver cómo su hijo de 16 años decía a los congregados en Union Square que era un “indocumentado, sin miedo y sin excusas”. Benítez nunca había visto a este muchacho reservado y callado, que espera estudiar ingeniería, tan animado o tan seguro.

“Nuestra generación, éramos cobardes”, dice Benítez, que abandonó México cuando Rafael tenía 6 años. “Estos jóvenes son luchadores”.

La novia de 17 años de Rafael, Coraima Véliz, cuya familia reside en Honduras, también miraba. Rafael le “confesó” su condición unos meses antes, entre lágrima de vergüenza, temeroso de que rompiera con él cuando supiera que era “ilegal”, palabra que nunca emplea ahora.

Carolina lo abrazó tiernamente.

“Nada hay de qué avergonzarse”, dijo Véliz, nacida en Estados Unidos. “No es algo malo. Mis padres también eran indocumentados”.