A comer y relajarse

Analine Cedillo

Agencia Reforma

SAN MIGUEL DE ALLENDE, Guanajuato.- Para saborear plenamente este destino hace falta más de un fin de semana: con nuevas y tentadoras experiencias, San Miguel siempre coquetea para volver.

Ya nos hablamos de tú con el trazo neogótico de la Parroquia de San Miguel Arcángel y su silueta vista desde lo alto de las terrazas que hay por la ciudad. Ahora toca apapachar los sentidos.

La travesía comienza en Matilda. Estrenada hace cinco años, esta suerte de galería viva es la opción de alojamiento para quienes buscan una relación íntima con el arte contemporáneo.

El proyecto de 32 habitaciones es propiedad del coleccionista estadounidense Harold Stream III, mejor conocido como “Spook”, quien hace dos décadas llegó a aportar creatividad a San Miguel y ha sido mecenas del trabajo fotográfico en México de Spencer Tunick.

De la granja a la mesa

Gastronómicamente, San Miguel comienza a competir con la Ciudad de México, considera Sandra Vázquez, una tapatía afincada en el destino.

“La gran diferencia es que la gente aquí llega con un espíritu más relajado a disfrutar de la comida”, dice la también gerente de mercadotecnia de Matilda.

Como en otros destinos, la tendencia en las cocinas es trabajar en colaboración con proveedores locales -Rancho El Capricho, Rancho La Trinidad, Hacienda Calderón o Hacienda Purísima de Jalpa-, donde los chefs se abastecen de vegetales de temporada, quesos y carnes.

Un pionero de este movimiento en San Miguel es el chef Donnie Masterton, quien en 2008 estrenó The Restaurant, a sólo unos pasos de la Parroquia. Otro ejemplo está al interior del hotel Rosewood, donde el chef Víctor Palma elabora deliciosos platillos mexicanos, sin pretensiones, en el restaurante 1826.

Para Jonathan Alvarado, chef ejecutivo de Moxi (el restaurante de Matilda cuyo menú fue creado por Enrique Olvera), la prioridad es la sencillez.

“Tratar de sacar el mejor provecho al producto, respetar y concentrarnos en el sabor”, dice sobre sus preparaciones de cocina mexicana contemporánea.

Una experiencia similar se desarrolla en Áperi, el restaurante de Matteo Salas, que con sólo un año en San Miguel ya suena entre los favoritos.

“Me gusta la idea de poder salir de la ciudad y estar en contacto con el campo, con los proveedores y poder ofrecer alta gastronomía, respetando el producto local, exponiéndolo”, cuenta el cocinero.

La experiencia estrella de Áperi es la mesa del chef, donde a un máximo de cinco comensales se les hace un campito en la mesa de aluminio al centro de la cocina para observar, en primera fila, desde la elaboración de los platillos hasta su emplatado.

Vivimos una variante de esta propuesta en el patio contiguo a la cocina, donde caben grupos de hasta 20 personas. No tenemos más que rendirnos ante las preparaciones maridadas por vinos del mundo, con la certeza de que pronto volveremos a estar aquí.

Ruta de sabor

Los sanmiguelenses son antojadizos. La prueba son las ricuras que se encuentran, más allá de sus sofisticados restaurantes.

En el tianguis orgánico que se pone los sábados, cerca del hotel Rosewood, son imperdibles las donas de naranja de la panificadora La Buena Vida; los tamales, las quesadillas y el atole de amaranto.

En plan relajado, Gustavo Vidargas -originario del destino y gerente de relaciones públicas del alojamiento- recomienda las gorditas y huaraches que se ponen afuera del Templo del Oratorio.

Los criossants y demás preparaciones dulces de Cumpanio, la coqueta panadería que está en Correo 29, también son un clásico.