Mujeres del cafeto

Apenas levantándose el sol, ya un grupo de campesinas iniciaban su larga y dura jornada.

Docenas de mujeres cortaban y colectaban granos tamizados en rojo brillante. Bajo la sombre de un cafeto, unos ojos observaban como subían y bajaban de entre los arbustos unas manos huesudas, unas manos maltratadas, todas ellas de color bronce.

El curioso niño perseguía con su mirada la danza de los dedos que encontraban sincronía con el viento que meneaba las hojas húmedas y brillantes de la montaña del Soconusco.

De pronto, la voz del pequeño infante rompió el monótono tronido que manaba de los granos cuando eran arrancados de sus ramas. – Mamá ¿porque escogiste ser madre? – preguntó ansioso el niño.

Las miradas de las mujeres se cruzaron asombradas, pensativas, y por un par de segundos se sumergieron en sus propios pensamientos. La voz de la madre volvió a quebrar el silencio de los cafetales y sacudiendo la tierra de sus agrietadas manos, se inclinó para tomar a su chiquillo entre sus brazos. – Escogí ser madre para que la naturaleza me permitiera darles vida a ti y tus hermanos. Cuidarlos, protegerlos y amarlos cada uno de mis días y de mis noches. Es una misión sagrada. –

– Cuando eres mujer ¿sólo eres madre? ¿qué más hace una mujer? – Volvió a cuestionar el crío con la inocencia brillando en su mirada, jugueteando con la falda desteñida y llena de barro de su madre.

Las campesinas detuvieron su labor y los campos se despertaron al escuchar sus risas. Dejando a un lado sus canastos se fueron acercando, formando pausadamente un círculo que envolvió a la madre y su pequeño. La madre del chiquillo, divertida por el barullo que su hijo había provocado, sentó al niño frente a ella, suspiró hondo y cerró sus ojos pidiendo secretamente a su corazón expresar sus más profundos anhelos.

– Ser mujer es contar con la fuerza inalterable de la montaña, es ser el remanso donde se acurruca el hombre al llegar a casa. Una mujer es fortaleza que se adquiere a través de las tormentas, vitalidad incesante a pesar de luchar sin freno en las más duras batallas.

Las sonrisas se convirtieron en suspiros y la quietud de los cafetales se despidió traviesa cediendo la voz a cada una de las mujeres.

– Ser mujer es pasión y sosiego. Es apostar todo en nombre del amor.

– Es tener un corazón guerrero, de esos que no se rinden nunca, que van con todo y contra todo para mostrar su entereza.

– Ser mujer es trabajo constante, tenaz, sin pausa ni quebranto. Una mujer debe luchar por tus sueños y no rendirse jamás.

– Ser mujer es reírte de ti misma, espantar el dolor que te carcome el alma, mostrarte bella, dulce y prudente aún en los días más grises y turbios.

– Es conservar piadosa los secretos. Mitigar el dolor de una amiga, ser el pañuelo donde se hunden sus lágrimas. Ser el muro firme, incondicional que la sostiene durante su silencioso combate.

– Es leer prudente los pensamientos de tu hombre, saber discernir, callar o gritar. Es aprender a confiar. Es convertirte en amiga, en el mejor aliado para ganar cualquier contienda.

– Es permitirte ser niña. Concederte el deseo de tumbarte en la hierba y dibujar figuras de príncipes y corazones con las nubes.

– Es amarte a ti misma y aceptar orgullosa tu incalculable valor como mujer.

La madre del pequeño se incorporó. Todas las mujeres se tomaron de las manos y empezaron a girar alrededor del pequeño. Bailaron, sonrieron, dejando escapar por la tierra los granos de café maduro, extasiadas de haberse otorgado el permiso para expresarle a la madre tierra sus sueños y esperanzas. El estruendo de un camión que anunciaba su ineludible arribo, rompió el hechizo de los cafetales. Las mujeres corrieron a retomar su trabajo. Los hombres del patrón llegaron a colectar la pizca de los granos.

Bajo la sombre de un cafeto, unos ojos observaban como subían y bajaban de entre los arbustos unas manos huesudas, unas manos maltratadas, todas ellas de color bronce, manos de mujeres que compartieron con el monte sus quimeras y añoranzas.