Tatuado en el pueblo Joan Sebastian nunca olvidó sus orígenes humildes

Se fue mi amigo

EnRIquE nAvARRO

Hablar de Joan Sebastian a unos días de la muerte del cantautor implica esfuerzo para su amigo Gabriel Roa. El locutor suspira, habla pausado, ausente.

Cuando hace apenas 15 días los amigos comían juntos en el rancho del músico. “Bajó de su habitación para acompañarme a comer. Comimos frijolitos, tortillas recién hechas, yo pedí carne de puerco y él pidió su espaguetti. “Nos dijimos cuánto nos queríamos y estuvimos oyendo su música como tres horas, temas nuevos que escribió. Me puso una canción que compuso, un vallenato que vendrá en su disco nuevo, y yo le decía que iba a ser una de Grammy”, recordó Roa en entrevista telefónica.

En esa última charla no habló de adversidades, sino del amor que sentía por la vida.

“Sus hijos… a su esposa Alina cuánto la quería… los caballos. Siempre muy positivo, muy fuerte”.

Los equinos fueron símbolo de su amistad, pues el intérprete obsequió dos de éstos ejemplares a

Regina, Gabriel, María y Frida, hijos del presentador.

“En varias ocasiones que estuve con él sacó a sus caballos, los más bonitos, de alta escuela. Me gustaba que los bailara y en una de esas me dijo: ‘ten, llévate estos dos, te los regalo para mis sobrinos”.

Canciones, un baúl para la menor de sus hijas y tardes de tequila son algunas de las cosas que Joan le dio a Gabriel. “Se fue el mejor cantautor, productor, se fue mi amigo. Lo voy a

recordar mucho cuando vaya a comer caracoles porque comíamos caracoles a la mantequilla”.

Joan Sebastian nunca olvidó sus orígenes humildes

MARcO cASTIllO

Empezó como un “Sembrador de Amor” y a lo largo de su vida eso fue lo que cosechó. Esta canción, junto con “El Camino del Amor”, fueron algunos de los primeros éxitos en la carrera de Joan Sebastian dentro y fuera de México. A partir de entonces comenzaría a ganarse el mote de “Poeta del Pueblo”, junto con “El Huracán del Sur” y “El Rey del Jaripeo”.

Desde finales de los 60, el jovencito que echó su guitarra al hombro y se lanzó al DF alentado por la recomendación de Angélica María, y no hallaría descanso para trabajar a brazo partido hasta convertirse en el gran cantautor del pueblo, la carta fuerte de la disquera Mussart que tantas ganancias le dejó, el compositor más peleado por los cantantes de música popular y el hombre más sencillo que nunca despegó los pies del suelo. Pero ni todo ese éxito, unido a sus giras de trabajo, jaripeos, palenques y producciones discográficas haría que olvidara sus origenes. Fue por eso que una de sus máximas creaciones fue “Juliantla”, ese pueblo en la montaña que de luz y sol se bañan cada amanecer… y en donde Joan comenzó como humilde labrador, amante de la tierra y en donde, años más tarde, se quedaría como hijo del pueblo… ídolo de los guerrerenses.

Su vida no fue de esta manera, pues Joan presumió siempre a la pareja que tuvo. Luego de coronarse como maestro de la balada, la música norteña, la ranchera y, por supuesto, de la de banda, demostó que podía domar cualquier escenario y que que podía sortear el reto más difícil, hasta que el cáncer de huesos llegó en 1999.

Fueron 16 años de batalla, que finalmente ayer perdió.