EL BEATO Y LOS ABUSADORES SEXUALES

Jorge Ramos

La beatificación del fallecido papa Juan Pablo II este primero de mayo es una clara señal de que la iglesia católica no ha entendido (o ha querido ignorar) la gravedad de los abusos sexuales de sacerdotes en contra de menores de edad en todo el mundo. Beatificar a Juan Pablo II es descalificar y minimizar a las víctimas de sacerdotes pederastas durante el pasado pontificado.

La beatificación de Karol Wojtyla, programada para el 1 de mayo, fue llevada por la vía rápida tan sólo seis años después de su muerte, apoyada en la declaración de la monja francesa Marie Simon Pierre de que había sido curada del mal de Parkinson dos meses después de la muerte del papa en 2005. Al parecer, ella y monjas de su orden habían orado a Juan Papa II para que la sanara.

Es totalmente arbitrario atribuirle un milagro a Juan Pablo II tras su muerte y sin ninguna prueba científica que demuestre su intervención directa en la curación de la monja. Eso es tan absurdo como achacarle el supuesto milagro a Pelé o a Elvis Presley.

Creer en milagros y otras invenciones es una cuestión de fe. Pero lo grave es que la iglesia católica quiera convertir en beato (y luego en santo) a un hombre de carne y hueso que fue líder del Vaticano durante uno de los peores escándalos sexuales y de violación a los derechos humanos de cualquier pontificado.

Y aquí no estamos hablando de una o dos víctimas. Estamos hablando de miles de víctimas en todo el mundo, en su mayoría niños, que fueron estigmatizados e ignorados durante años.

El Vaticano, por supuesto, ha argumentado que, si bien pueden haber ocurrido crímenes y encubrimientos durante su papado, el Papa Juan Pablo II simplemente no fue informado de los problemas. Pero este argumento es indefensible – no es posible creer que durante su papado, de 1978 hasta 2005, fue ajeno a las múltiples acusaciones contra sus sacerdotes.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Marcial Maciel, un sacerdote nacido en México a quien el Papa Juan Pablo II tuvo como su protegido y con el que mantuvo una amistad durante años. Los abusos sexuales y violaciones cometidos por Maciel están documentados y las denuncias contra él se remontan a la década de 1960 – incluyendo acusaciones de que abusó de seminaristas e incluso fue padre de varios niños. El actual papa, Benedicto XVI, prohibió en 2006 a Maciel, ya caído en desgracia, ejercer cualquier función pública de su ministerio, y Maciel murió dos años después. Lo que Maciel merecía realmente era la cárcel – pero Juan Pablo II lo prefirió a él y no a sus víctimas, y nunca, siquiera, lo reprendió. ¿Por qué fue así?

Hay tantos casos como éste; resulta impensable que Juan Pablo II no haya sido notificado acerca de ninguno de ellos.

Que Juan Pablo II haya contribuido a la caída de los regímenes comunistas en Europa del este, que buscara un acercamiento con el judaísmo y los musulmanes, y que haya viajado por casi todo el planeta no lo exonera por proteger y encubrir a abusadores sexuales de menores de edad. Si el papa no sabía de estos abusos, como sugieren muchos de sus defensores, fue entonces un líder negligente y apático que no cumplió con sus responsabilidades de vigilar y cuidar a los más débiles. Y si lo sabía fue, entonces, un cómplice de sus crímenes.

Más que beato, Juan Pablo II debería ser nombrado el papa peor informado de la historia. No es posible que todo esto haya Solo por respeto a las miles de víctimas de abuso sexual, el actual papa Joseph Ratzinger y el Vaticano, deberían haber detenido la beatificación de Juan Pablo II.

Eso no lo va a hacer Benedicto XVI. Y ahora, en cambio, beatifica a su antiguo jefe.

Este es, pues, el típico caso en que una sotana protege a la otra.