Obsesionados con un idioma oficial

Esther Cepeda

Columnista

Estoy leyendo “Missing (una investigación)”, el último libro del novelista chileno, Alberto Fuguet. Lo estoy leyendo en español, ya que debo practicar conscientemente mi lengua materna para preservarla. Mi familia habla inglés, a fin de no excluir a cónyuges e hijos.

Fuguet es un escritor ameno con una profunda comprensión y amor por los Estados Unidos, y he repetido a mi hijo mayor, quien no habla español pero lo está aprendiendo en la escuela, y a mi esposo, que enseña a estudiantes hispanos y los ha convencido de que habla español de corrido, que probablemente podrían leer “Missing” en su idioma original.

Hay algunas palabras que necesito consultar en el diccionario de español, pero se contrarrestan con todas las instancias en que el autor cae en el inglés.

Sin duda, ésa es la conclusión a que se puede llegar tras enterarse del escándalo que se produjo recientemente en Francia, cuando el Ministro de Educación Superior introdujo un proyecto de ley para permitir que las universidades de la nación enseñen más cursos en inglés, aún cuando el inglés no sea la asignatura.

El plan, diseñado para atraer más estudiantes de países tales como Brasil, China e India, donde se enseña mucho inglés, ha enfurecido a los ciudadanos franceses, quienes piensan que se trata de una violación directa de su constitución, la que especifica que “el idioma de la República es el francés”.

¿Les resulta familiar?

La semana pasada tuvimos nuestra propia rencilla sobre lengua natal, cuando el grupo ProEnglish, “los principales defensores de la nación del inglés oficial”, sacaron al aire un aviso radial que presentó lo que BuzzFeed Politics describió como “un personaje ‘inmigrante ilegal’ que hablaba español ‘agradeciendo’ al [senador Lindsey] Graham ‘por no requerir que aprendiera inglés a cambio de la amnistía.’”En el aviso, el personaje termina su agradecimiento diciendo entre risas: “¡¿Quién necesita el inglés?!”

Bueno, para empezar, los casi 31 millones de hispanos que informan que hablan sólo inglés –o que informan hablarlo muy bien– de los 47 millones de hispanos que viven en el país.

Es increíble que haya gente educada que se altere tanto por el papel que juega el inglés en su identidad cultural, considerando lo resistentes que son, de por sí, la cultura y la lengua.

Los Estados Unidos, donde las peleas por una lengua oficial tienen poco que ver con la lógica y más con la emoción. En lugar de hablar de lo fuerte que será nuestro país si aseguramos que cada niño se críe con el inglés como lengua primaria y cualquier otra lengua como secundaria, estamos atascados en una larga controversia sobre los intentos de que este país sea de “sólo-inglés”.

El inglés como nuestra lengua nacional unificadora –tal como la legislación propuesta lo describió– no ofendería a nadie, si se presentara adecuadamente como “inglés primero”. En lugar de eso, “sólo-inglés” se considera como un código para discriminar a todo el que no renuncie a sus otras lenguas o el que no hable perfecto inglés.

Sin embargo, sólo unos pocos locos totalmente fanáticos piensan de esa manera. Hasta ProEnglish incluye respetar “el derecho a utilizar otras lenguas” como un principio guía de su misión para asegurar que todos los que viven aquí puedan comunicarse en una lengua común.

No hay necesidad de ponerse nervioso acerca del inglés. Crecerá en todo el mundo sin eliminar otros idiomas. Y en Estados Unidos, conquistará finalmente los hogares hispanos tan completamente como lo hiciera con los hogares alemanes, en la época de Benjamin Franklin.

“Oficial” o no, el idioma inglés nunca impedirá ni degradará el multilingüismo. De hecho, como Fuguet lo prueba con tanta fluidez, el inglés logrará realzarlo.