¿Niños excelentes o universales?

Diana Lucía Álvarez

Agencia Reforma

El tener hijos pequeños te permite hacer reflexiones que comienzan, como me sucedió con mi hija menor -quien acaba de cumplir 6 años-, con alguna pregunta sencilla o un descubrimiento que le causó asombro.

-”Mami, hoy descubrí que puedo ser varias cosas”, dijo mi pequeña, “aunque a mí me gustan las cosas de spas y los vestidos bonitos, también me gusta hacer travesuras y subirme a los árboles”.

-”Claro, mi amor, ¿por qué pensabas que no?”.

-”Pues. porque tengo que escoger lo que soy. pero a mí me gustan muchas cosas: me gusta bailar, cantar, jugar y correr; me gusta platicar con mis amigas sobre vestidos bonitos, pero también jugar al monstruo. Ahora ya me gusta leer, aunque es difícil”.

-”No tienes que escoger una sola, puedes hacer lo que te gusta”.

-”¿Puedo ir al ballet y escalar la pared?”.

-”Sí, pero debes aprender a hacer bien las dos cosas”.

-”¿Y me tengo que ganar premios?”.

-”No, mi vida, hacer bien las cosas no significa que tienes que sacarte premios”.

Intenté explicarle que si va a escalar una pared, debe hacerlo con la maestra y con los cinturones de seguridad, porque ella le enseñará cómo subir sin lastimarse. También le expliqué que el ballet y cualquier tipo de baile no está peleado con actividades como escalar o el karate.

Charlando más con ella, me di cuenta que está preocupada porque no quiere tener que escoger entre sus amigas y se siente en un dilema: a algunas les gustan los juegos de acción y a otras no. Si decide por unas, cree que debe dejar de lado lo demás.

Es cierto que la vida está llena de encrucijadas y de toma de decisiones: qué estudiar, dónde, con quién salir, formar una familia o no, dónde vivir, etcétera.

Toda persona debe estar preparada para tomar las mejores decisiones para sí misma, pero actualmente se promueve por todos lados la “excelencia” en lo que haces, ser el mejor. Para ello, uno debe dedicarse al 100 por ciento ya sea a un deporte, a una profesión, a una actividad artística.

Lo contrario, pareciera, es ser mediocre. Eso lleva a muchas personas a escoger entre ser exitoso en algo y dedicar todo su tiempo a ello, y descuidar el resto.

No se puede generalizar, es cierto, pero cuando escuchas las historias de aquellos calificados como exitosos, el lugar común es precisamente el esfuerzo sostenido en una única meta: ocho horas de práctica al día, sesiones y sesiones de ensayos, y un largo entrenamiento que te lleva a una rigurosa especialización.

El problema es que la vida es diversa, fascinante y en nuestra sociedad, me parece, esto fomenta la fragmentación de la persona.

¿No tiene derecho el deportista de élite a una formación artística de altura? ¿a conocer de finanzas y política? ¿a conocer de filosofía, a profundizar en matemáticas?

A riesgo de ser mal interpretada, aclaro que no estoy proponiendo un elogio a la mediocridad o la falta de constancia, sino una revaloración de la universalidad de la vida. ¿Por qué no premiamos y reconocemos a aquellas personas que tienen un desarrollo integral aunque no sean los mejores en alguna especialidad?

Pensando en mis hijas y en cualquier niño, creo que deben tener una educación académica de calidad, pero también deben conocer diversos tipos de música, de plástica, de literatura, ir al teatro por ejemplo, al mismo tiempo que practican algún deporte o aprenden técnicas de seguridad y defensa, todo basado en disciplina y constancia. Afortunadamente hay casas de cultura y deportivos públicos que pueden ayudarnos como padres.

-”¿Y yo tengo que ser pintora?”, preguntó al unirse a la charla mi hija mayor, quien tiene una gran habilidad para el dibujo y ha tomado clases desde que tiene 4 años.

-”Sólo si tú quieres”, le contesté.

-”Es que me encanta y todos dicen que soy muy buena, pero también me gustaría tener una banda y cantar pero no música clásica. bueno, aunque el violín me gusta”.

-”Por eso debes aprender a leer las notas, a tocar un instrumento. Luego podrás tomar clases de canto, y formar tu banda si lo decides. ¿Sabes que las matemáticas se parecen a la música?”.

-”¿En serio? ¿me enseñas?… oye, también me gustaría ser maestra de inglés, o de español”.

Mi hija mayor me hizo pensar que hay que ir más allá: también tienen derecho a disfrutar de lo que puede ser clasificado como superficial por algunos, como el acceso al entretenimiento “de masas”, a las modas, a los videojuegos, a la música comercial, a un parque de diversiones, a un programa de televisión.

En la medida que los pequeños tienen diversidad de opciones, su criterio se forma.

Mi conclusión de ese día fue que debemos como padres trabajar por su derecho a ser personas universales, en el sentido que lo define la Real Academia Española: “Versadas en muchas ciencias y no sólo en una especialización”. ¿Por qué no?