¿Por qué los Reyes Magos?

Hugo Corzo

Agencia Reforma

Existe una noche del año, en la que los niños se mantienen despiertos por la emoción que antecede a la mañana siguiente o por el afán de espías que despierta en ellos la identidad de quienes dejan regalos y juguetes junto al Nacimiento: la madrugada del 6 de enero, Día de Reyes.

Muchos pequeños, intentarán mantenerse en vela desde la noche del 5 de enero para, por fin, descubrir de qué tamaño es el elefante de Baltasar o cuan largas son las barbas de Melchor, y acaso preguntarles de donde sacan tantos obsequios para los niños que se portan bien.

Según el Evangelio, antes de la adoración, los sabios habían ido a Jerusalén para preguntar al rey Herodes dónde había nacido el Rey de los judíos.

El monarca se turbó y mandó llamar a los escribas y sacerdotes para que consultaran el lugar del nacimiento del Mesías.

“En Belén de Judá, según está escrito”, fue la respuesta. Al enterarse de esto, Herodes rogó a los Magos que le informaran acerca del Niño Rey cuando lo encontraran.

Cuando los Reyes localizaron el lugar en donde estaba Jesús se postraron ante él ofreciéndole oro, incienso y mirra.

El oro, por ser el señor de la tierra y como representación de lo más valioso que hay en ella, además de ser símbolo de realeza; el incienso, como ofrenda por ser el hijo de Dios; y la mirra por ser el Redentor del género humano, gracias a su sacrificio.

Los Reyes, en sueños, recibieron un aviso de que no regresaran a Jerusalén para ver a Herodes, sino que se fueran por otro camino.

Cuando Herodes se enteró de que los Magos habían partido sin avisarle dónde se hallaba el Mesías, se irritó y ordenó que se diera muerte a todos los niños menores de dos años de Belén y su comarca.

De este modo, el soberano consideraba que eliminaría al que se suponía había de arrebatar el trono a su familia.

Con San Beda el venerable, se les da a partir del Siglo 8 los nombres de Melchor, rey mago representante de Europa y quien llevaba el oro montado en un caballo; Gaspar, representante de Asia que, sobre su camello, portaba el incienso; y Baltasar, el sabio de África que llegó al portal de Belén en elefante y obsequió al niño la mirra.

Por eso, el 5 de enero de cada año los niños mexicanos colocan en el pesebre del nacimiento las figuras de los Santos Reyes y, al caer la noche, los que no lanzaron un globo al cielo dejan sus zapatos en la ventana u otro lugar visible, con la carta en la que han escrito a los “Queridos Reyes Magos”.Ellos, a su mágico paso por todos los lugares, como premio al buen comportamiento de los pequeños, por su aplicación escolar o simplemente por ser niños, dejarán regalos y juguetes.