Los puntos ciegos de los consejeros vocacionales pueden perjudicar a los estudiantes

Esther Cepeda,

The Washington Post

Todos abrigamos pequeñas heridas en la vida, que nunca desaparecen por más que el tiempo pase.

Una de las mías es que no participé en la ceremonia de graduación de mi escuela secundaria. En lugar de cruzar el escenario de mi escuela preparatoria—una prestigiosa escuela a la cual soñé con asistir desde primer grado—escuchando las aclamaciones de mi familia y amigos, me senté con la banda. Lloré mientras tocábamos “Pomp and Circumstance” para mis compañeros de clase, que iniciaban sus brillantes futuros. No fue por malas notas ni problemas de disciplina—era una buena estudiante. Fue simplemente una metedura de pata de la administración. Hubo una confusión de horarios y acabé tomando la segunda parte de Química sin haber completado la primera. Así es que en junio, después de que todos mis amigos comenzaron el divertido verano anterior a la universidad, me senté en una sofocante clase para obtener ese medio crédito que se había perdido en la confusión. Ahora bien, ¿es posible que mi consejero pensara que yo no era material para la universidad y no prestara atención a mis créditos? Seguro, es (INICIAR BASTARDILLAS)posible(TERM.BAST.). Mi madre hizo el 100 por ciento del trabajo y las averiguaciones necesarias para que yo ingresara a la universidad—fue la que me ayudó a escribir las solicitudes, enviar los certificados de materias aprobadas y básicamente todo lo que se supone que debe hacer un consejero guía para la universidad—y mi consejero real ni siquiera mencionó esos temas conmigo. Parece factible que por ser una persona sin familiares que hubieran asistido a la universidad, yo no fuera prioridad para la oficina de consejería. Aunque estoy muy orgullosa de la educación que recibí en una universidad estatal—y realmente contenta de haber acabado allí pues es donde conocí a mi esposo—uno se pregunta dónde me habría llevado la vida, si me hubieran tratado como a los otros estudiantes de la mayoría blanca, de quienes se esperaba no sólo que se graduaran a tiempo, sino que asistieran a universidades de primera, por lo que se los incentivaba a solicitar su ingreso en ellas. Cuento esta historia no porque me sienta victimizada, sino para ilustrar cuán enorme puede ser el impacto que tienen los consejeros guías de la secundaria sobre la futura universidad y la trayectoria de los estudiantes. Con tanto en juego, es importante que estos profesionales reflexionen sobre su poder y sus prejuicios potenciales, ya que llevan a cabo una tarea que literalmente pone las vidas de los estudiantes en sus manos. Eso es exactamente lo que ocurrió, a principios de este mes, en la conferencia nacional de la National Association for College Admission Counseling, cuando el principal ponente, Shaun R. Harper, expresó a los consejeros de secundaria y funcionarios de admisiones en las universidades, en su mayoría blancos, que su raza tiene el potencial de afectar su trabajo. Según una reseña en la publicación Inside Higher Ed, Harper, director del Race and Equity Center de la Universidad de Southern California, vilipendió a los consejeros por una cantidad de pecados profesionales que pueden cambiar vidas. Entre ellos, que los consejeros no invierten la misma cantidad de tiempo y energía que usan con los estudiantes blancos para ayudar a estudiantes de color a solicitar el ingreso universitario; alentar a los estudiantes minoritarios a solicitar el ingreso en universidades menos selectivas e incluso disuadir a estudiantes de color de intentar ingresar en universidades de elite, diciéndoles que no son suficientemente inteligentes. La conversación prosiguió con un panel de discusión sobre la raza titulado: “Counseling While White” (Guiar siendo blanco). Una participante, April Crabtree, vice-rectora asistente de admisiones de la Universidad de San Francisco, señaló que casi el 80 por ciento de los profesores son blancos, así como un número aun mayor de administradores. (Una encuesta de 2012 del College Board halló que el 78 por ciento de los consejeros de secundaria son blancos.) Crabtree dijo al público: “Si uno es ciego a la blancura en su vida personal, no tendrá conciencia de esto en su vida profesional.” En el mejor de los casos, estos puntos ciegos dejan en desventaja a los adultos que desempeñan un papel importante en la vida de los estudiantes minoritarios que son los primeros en la familia en asistir a la universidad. En el peor de los casos, impide que los consejeros vean a potenciales alumnos brillantes, en lugar de muchachos que perciben con un futuro mediocre. Pero modificar esa falta de comprensión de las necesidades de los estudiantes minoritarios no requiere un esfuerzo extenuante—solo un esfuerzo. Como mínimo, hay varias obras de ficción (entre ellas “Making Your Home Among Strangers”, de Jeannine Capo Crucet) y documentales (como “First Generation”) que pueden ayudar a comprender esa situación mucho más que una breve cita trimestral con estudiantes a quienes no se conoce muy bien.