El prejuicio de la pobreza

ESTHER CEPEDA

estherjcepeda@washpost.com.

Columnista

CHICAGO – Investigadores de la Escuela de Administración de Empresas de Harvard y del Departamento de Psicología de Tufts University confirmaron, recientemente, lo obvio en las relaciones raciales contemporáneas de Estados Unidos. El título de su informe, “Los blancos consideran el racismo como un juego en que se pierde o se gana, y que ellos, ahora, están perdiendo”, prácticamente lo dice todo.

Dado a conocer a fines del mes pasado en la publicación Perspectives on Psychological Science, el informe de Michael Norton y Samuel Sommers expresa que los blancos creen que el prejuicio contra los negros ha disminuido en las últimas seis décadas y que la discriminación intencional contra los blancos ha aumentado. Los blancos consideran ahora que el prejuicio anti-blanco es un problema social mayor que el prejuicio anti-negro.

Las quejas de un racismo inverso son tan viejas como las primeras leyes contra la discriminación. Y con la reciente inseguridad económica, no es de sorprender que las mayorías procuren echar la culpa a las minorías por una prosperidad que se percibe, y está, atrofiada.

A veces, pueden incluso señalar pruebas concretas de prejuicio.

En marzo, cuando se dieron a conocer los datos del Censo, hubo titulares que prácticamente predijeron el fin de la raza blanca. Al oír hablar de la explosión de la población hispana y de la caída drástica en el número de niños blancos, no es de sorprender que los blancos se sientan inseguros.

En las dos semanas anteriores a la publicación de las conclusiones de los autores, y en medio de la peor crisis de desempleo desde la Gran Depresión, algunas de esas historias periodísticas inusitadas se propagaron como un virus. El mes pasado, la cadena de tiendas de ropa Dots se avino a pagar 246.500 dólares a un grupo de por lo menos 23 solicitantes blancos en Hobart, Indiana, después de que la Comisión de Estados Unidos para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo (EEOC, siglas en inglés) presentó una demanda por negarles explícitamente puestos de trabajo por su raza.

Alrededor de esa fecha, cuatro maestros blancos de Filadelfia presentaron demandas federales de prejuicio racial, acusando a su director negro de crear un entorno de trabajo hostil al requerir que leyeran un artículo que aseveraba que “los maestros blancos no tienen la capacidad de enseñar a estudiantes afroamericanos” y permitir que los maestros negros ignoraran reglas que sus homólogos blancos debían obedecer.

Son casos excepcionales —la EEOC ha manejado casi unos 600.000 reclamos de discriminación racial sólo desde 1992, la mayoría de los cuales involucraba a minorías.

Y no olvidemos que la narrativa anti-blanca también toma como blanco a otros grupos: se dice que los inmigrantes asiáticos roban puestos de trabajo de alta tecnología a profesionales blancos calificados; se considera que los inmigrantes ilegales latinoamericanos están ocupando puestos de trabajo manuales, que serían realizados por ciudadanos estadounidenses, si se les pagara un jornal justo; y se echa la culpa a los estudiantes que no dominan el inglés de consumir tiempo y recursos financieros que, de lo contrario, irían para los estudiantes blancos.

Pero para cada indicador que expresa que los blancos está teniendo una vida más difícil, hay muchos otros que muestran, sin lugar a dudas, que los blancos aún tienen una ventaja enorme sobre los no-blancos en ingresos, logros educativos y tasas de encarcelamiento. Y, por supuesto, hay cantidad de rigurosos estudios, que documentan que varios grupos minoritarios también presentan altos niveles de sentimientos de discriminación. Que todos los grupos se sientan heridos por la manera en que los otros los tratan debido a su raza es una igualdad bastante triste en sí misma.

Es por eso que las conclusiones de Norton y Sommers nos brindan una oportunidad para desviar el foco de la discriminación racial y apuntarlo sobre el asunto que es la causa de la angustia: la situación socioeconómica. Es hora de volver a examinar nuestras actuales tensiones sociales para descubrir que no provienen, principalmente, del prejuicio racial sino de la falta de oportunidades económicas que, francamente, no discriminan.

La pobreza es la circunstancia No.1 que determina el abanico de oportunidades en la vida. A pesar del mayor porcentaje de pobreza que experimentan los negros, hispanos y asiáticos comparados con los blancos, en números redondos había casi 19 millones de blancos viviendo en la pobreza a fines de 2009, comparado con 12 millones de hispanos, 10 millones de negros y 1,8 millones de asiáticos.

Si la investigación de Norton y Sommers tiene un amplio impacto sobre las leyes contra la discriminación, podría ofrecer la oportunidad para redefinir la discriminación más igualitariamente. Pensar en las ventajas y desventajas financieras, en lugar de en términos raciales y étnicos, cuando se re-evalúan las leyes relativas a la Acción Afirmativa y el trato igualitario, es probablemente la mejor manera de lograr progreso en un país en que pronto una minoría será mayoría.