La siguiente revolución en México

Jorge Ramos

Columnista

La queja es un coro. Las cosas en México están mal. El país va en la dirección equivocada.

No solo lo dicen las encuestas, son las voces de millones de mexicanos. Basta oirlos.

He estado siguiendo muy de cerca las rebeliones de la primavera árabe en Túnez, Egipto y Yemen este año, junto con revueltas en otros países, como las protestas recientes de Los Indignados en España, y movimientos similares en Francia y Grecia.

Organizados a través de Twitter y Facebook, manifestantes en el Medio Oriente y el Norte de Africa han logrado derrocar dictadores y destruir regímenes autoritarios, mientras en Europa los activistas empiezan a responsabilizar a las autoridades por el estancamiento económico, cuyos efectos amenazan el futuro de toda su generación.

Pero, ¿por qué no han ocurrido protestas similares en México?

Las marchas por la paz – y ahora la “ruta del dolor” organizada por el poeta Javier Sicilia – y las protestas de los padres de las víctimas de la Guardería ABC son maravillosos ejemplos de la fuerza de la gente.

Pero mi frustración con estas masivas manifestaciones de inconformidad es que, después de realizadas, no pasa nada. Nada.

Las cosas siguen igual. El presidente Felipe Calderón sigue sin cambiar su fallida y mortífera estrategia contra el narcotráfico. Los asesinados se amontonan unos sobre otros.

Y muchos de los responsables de la muerte de 49 niños en la guardería de Hermosillo en el 2009 siguen libres. Todo sigue igual. Las protestas ciudadanas, aparentemente, no tuvieron ningún resultado concreto.

Y por eso la indignación sigue, peligrosamente, creciendo.

Es indignante que la principal exigencia de los mexicanos a su gobierno ya no sea trabajo, escuela y salud. Ahora piden lo más básico: que no me maten.

El 57 por ciento de los mexicanos cree que los narcos están ganando la guerra; solo un 19 por ciento cree que el gobierno gana, según la encuesta de Mitofsky para la asociación México Unido Contra la Delincuencia.

Es indignante que una maestra de Monterrey tenga que poner en el piso a sus niños de kinder y mantenerlos ahí cantándoles para que no los mate una bala perdida en un tiroteo que costó cinco vidas cerca de allí.

Es indignante que el principal encargado de la economía en México, el precandidato presidencial y Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, diga que “hace mucho que México dejó de ser un país pobre” y que con unos 550 dólares al mes una familia mexicana puede pagar casa, coche y colegiatura.

El Instituto Tecnológico de Monterrey calcula que en México hay 54 millones de pobres.

Es indignante que haya tantos expresidentes, tantos exgobernadores y tantos exfuncionarios priístas que viven como millonarios a pesar de haber tenido casi toda su vida puestos y salarios públicos.

Es indignante que muchos de ellos no estén en la cárcel y que ni siquiera hayan rendido cuenta de sus ganancias y del uso de partidas secretas.

Y es indignante que un movimiento masivo de protesta no esté recorriendo México.

Sé – porque conozco a muchos y soy uno de ellos – que México está lleno de indignados.

Están dadas todas las condiciones para un masivo movimiento ciudadano, no violento, que siembre al país y haga temblar a sus inefectivos gobernantes.

El cambio en México viene de abajo para arriba. Pero mientras los indignados mexicanos no actúen, no exijan, no desenmascaren a sus gobernantes, no protesten, no pregunten, no desmaquillen a México, no incomoden, no propongan, nada va a cambiar.