México se desdibuja en cumbre de Panamá

Natalia Saltalamacchia

Agencia Reforma

MÉXICO, DF 13-Abr .- El Presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, y su Canciller, Isabel de Saint Malo, deben sentirse satisfechos por el resultado de la VII Cumbre de la Américas.

Aunque no se puede decir que fue un éxito rotundo, pues no se obtuvo el consenso para una Declaración final y se registraron algunos enfrentamientos entre grupos sociales pero sí se alcanzaron las dos metas (extra oficiales) principales.

En primer lugar, se logró la asistencia de los 35 Estados miembro. En segundo lugar, el proceso de normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba n recibió un espaldarazo. “Obama es un hombre honesto”, dijo Raúl Castro; “agradezco al Presidente Castro el espíritu de apertura y la cortesía que ha mostrado durante nuestras interacciones”, declaró Obama.

Así pues, los grandes ganadores de la Cumbre de Panamá, además del país anfitrión, son Cuba y Estados Unidos.

La primera porque vuelve con toda dignidad a ocupar un lugar en un foro del sistema interamericano, logrando que todos, incluyendo su acérrimo enemigo de antaño, reconozcan al Gobierno revolucionario como un interlocutor válido.

El segundo porque se quitó de encima un factor que entorpecía sus relaciones con el resto de América Latina mientras veía que China y Rusia incrementan su presencia en el vecindario; porque ve cercana la posibilidad de tener una embajada en Cuba en una era de transición política; y porque podrá negociar abierta y directamente con la isla cosas que son de su interés, como la lucha contra el narcotráfico, migración, temas de energía, etcétera.

Ahora bien, las consecuencias del apretón de manos, los discursos y la conferencia de prensa conjunta entre Castro y Obama no se agotan en la relación bilateral, sino que revisten importancia sistémica.

Sin duda, este tardío deshielo contribuye a disminuir la polarización y las tensiones en el continente.

El discurso del Presidente Peña Nieto fue corto (ni siquiera ocupó los ocho minutos concedidos a cada orador) y vacío de contenido.

Apenas saludó el proceso de diálogo cubano-estadounidense y las negociaciones de paz de Colombia para pasar inmediatamente al discurso machaconamente repetido de las reformas estructurales.

En un foro internacional de máximo nivel y visibilidad, el Gobierno de México no habló de política exterior, sino de política interna; no hizo alusión a los temas que se deben atender y resolver con el concurso de la comunidad interamericana, sino que se limitó como principiante, a apegarse al tema de la equidad sugerido en el nombre de la Cumbre.

México no sólo perdió la oportunidad para señalar cuáles son sus prioridades e intereses en el sistema interamericano, por ejemplo, tuvieron que hablar los Presidentes de Guatemala y Argentina para recordar que la lucha colectiva contra las drogas es una de las cuestiones esenciales en este espacio, sino que no demostró altura de miras, conciencia del momento histórico, ni orgullo por las propias gestas diplomáticas.

En una Cumbre en la que por fin Cuba se reintegra a un foro interamericano el Presidente de México podría haberse engalanado recordando que esa fue una reivindicación histórica del país.

En fin, fue un discurso deslucido que contrastó pobremente con la capacidad de oratoria de los subsiguientes participantes, Obama y Castro; pero lo más grave es que manda la señal de que al Gobierno de México no le interesa demasiado la política exterior, quizá porque está sobrepasado con las problemáticas internas.