Juega Cuauhtémoc hoy su último partido

Édgar Contreras y Alejandra Benítez

Agencia Reforma

MÉXICO, DF .- Hoy nace la leyenda llamada Cuauhtémoc Blanco.

El sol pegaba seco en los campos de Ciudad Victoria donde se realizaba el torneo Benito Juárez, el agua corría de mano en mano para apoyar a los adolescentes que se enfrascaban en un juego de futbol que parecía de vida o muerte.

Un joven delgado, de cuello corto, hizo que todos los ojos se posaran en la selección del Distrito Federal. Cuando conducía el balón parecía que tenía una pequeña joroba y sólo levantaba la mirada cuando avistaba la portería enemiga para hacer sufrir a sus adversarios.

Los goles llegaron en racimo, se llevaba uno, dos, tres o más rivales. Su técnica era excelsa, nadie podía quitarle los ojos de encima; técnicos, jugadores de otros equipos, periodistas, directivos, todo el mundo fue rodeando poco a poco la cancha donde se jugaba la Final.

Cuauhtémoc era su nombre, era único, igual que sus goles y la picardía con la que enfrentaba a sus enemigos. Los aplausos llegaron a raudales al igual que la admiración. En menos de 90 minutos se había echado a la bolsa a todos los asistentes a este torneo amateur.

Ángel “La Coca” González, un buscatalentos de muy buen ojo, estaba orgulloso de su nueva adquisición, que meses después aterrizó en las inferiores del América.

“Era un fuera de serie, lo agarré a los 16 años. No me explico cómo nadie lo detectó antes. Si lo hubiera agarrado a los 14, la rompe en Europa”, confesó.

No era la primera vez que Blanco había acudido a tocar las puertas del Nido de Coapa, ya había hecho una prueba años atrás, pero los mandó a volar porque querían ponerlo de defensa.

Prefirió regresar a las canchas de tierra, a seguir con las cascaras entre amigos, deleitando a los vecinos de Tepito, donde su madre había conseguido una vivienda con mucho esfuerzo y el apoyo de Dolores Padierna.

No le gustaba entrenar, apenas iba una o dos veces por semana, era muy indisciplinado, pero cuando llegaba el fin de semana, tocaba el balón con maestría.

Cuando el “Temo” llegó al Nido de la mano de “La Coca” González, el entonces vicepresidente del equipo, Panchito Hernández, quería apoyar a Blanco con 800 pesos mensuales.

“Si no le subes, me lo llevo a Chivas”, amenazó “La Coca”. “Le acabaron dando como mil”.

Años más tarde llegó a ser el jugador mejor pagado del América, casi un millón de pesos al mes llegaba a cobrar entre salarios y otras prestaciones en el equipo de sus amores, el que todavía le duele y al que le prodigará cariño hasta el fin de sus días.

HOMBRE DE PALABRA

Cuauhtémoc es desprendido, a veces en demasía y sin miramientos. A su familia siempre le ha tendido la mano porque creció sin padre y con muchas carencias. Sabe lo que es vivir al día, con una torta en el estómago.

“Rebelde no, era juguetón, bromista. Se la pasaba en la calle jugando canicas y arrebataba cuando perdía. Hasta las niñas lo iban a acusar cuando les quitaba sus canicas”, reveló su madre, quien esperaba que pudiera abrirse paso en una carrera como profesional, pero como no pasó el examen para entrar al Politécnico, se metió de lleno al futbol.

Apoyó a su hermano mayor para que terminara su licenciatura en Derecho; a Ricardo, el que le sigue en línea descendente, le pagó un diplomado en Administración de alimentos y bebidas, y actualmente es el encargado de “La Palapa del 10”, uno de los tres restaurantes que tiene entre sus bienes el futbolista.

Cuando eran pequeños, él sacaba la cara por todo, era bueno para meter las manos.

Ese mismo afecto lo trasladó a las canchas y los amigos que hizo en sus primeros años en las inferiores del América, por eso nunca perdonó que a su amigo Germán Villa le dieran las gracias de manera abrupta o que le retiraran el apoyo económico a Carlos Sánchez, a quien visitó en un viaje relámpago que hizo desde Chicago, únicamente para tomarle la mano y decirle que iba a superar el infarto cerebral que lo dejó imposibilitado para seguir en el futbol.

Pero cuando se trata de cobrar viejas rencillas también es único. Cuenta una anécdota que la nutrióloga Virginia del Pozo ordenó que a los canteranos no les dieran el menú del primer equipo, y cuando la vida lo puso en lo más alto, hizo todo lo que estuvo en su mano para que ella no siguiera más en el club,

“Es demasiado sentimental, mucho. Antes de que subiera, comíamos tacos en la calle, se acercaba a los perritos y les compraba tacos, ‘ellos tienen hambre y no hay quien les dé’, me decía”, recordó su madre.

El “Cuau” más de una vez corrió con la cuenta de un festejo por un buen partido. Cuando militó en Dorados, no dudó para poner los premios en metálico por haber alcanzado el título.

En los clubes donde ha jugado no le gusta tener trato preferencial, ni pide habitación de lujo o para él solo. Es uno más.

Si acaso en Veracruz, el entonces presidente, Rafael Herrerías, le prodigó un sinfín de mimos, desde traerlo del puerto a la Ciudad de México en avión particular para festejar su cumpleaños en el Bar Bar, hasta ofrecerle su amistad eterna.

El “Chelís” José Luis Sánchez Solá es otro que también lo recuerda con cariño porque siempre supo guardar las formas.

“Afuera de las canchas nos íbamos a comer y pasábamos tardes inolvidables. Es muy bromista y me contaba de todo; de su familia, de sus hijos. Pero al otro día, cuando nos veíamos en el entrenamiento, era como un jugador más, no se olvidaba del respeto ni del lugar que debe tener el entrenador. Sabía guardar su sitio”, detalló el ex técnico del Puebla.

Su padre biológico, Faustino Blanco, un día se apareció cuando él daba una sesión de autógrafos en un centro comercial. Apenas cruzó unas palabras con él, y sólo fueron para decirle que no tenía cabida en su vida.

Llevado por esta necesidad de ayudar a los que menos tienen es que se animó a aceptar su candidatura por el PSD porque sus amigos lo definen como un hombre que siempre ha hecho lo que le dicta el corazón, y en muchas ocasiones no reflexiona sobre las consecuencias.

Hoy jugará al futbol como profesional por última vez. Durante muchos años se negó a colgar los botines porque no sabía cómo decirle adiós a su profesión. Finalmente fue la política la que lo forzó y no un rival en la cancha.

En los últimos años ya no corría con la misma intensidad; los entrenamientos eran cada vez más pesados, pero se negaba a darle la razón a lo que su cuerpo le gritaba todos los días.

Había ocasiones en que trataba de pasar desapercibido para no realizar la rutina física que siendo más joven también se había brincado, pero que no se notaba por la forma en que afrontaba cada partido, resolviéndolo con pinceladas que rayaban muchas veces en la genialidad.

Esa magia se extinguía cada día, y para acompañarlo en esta dura transición tuvo que apoyarse en su familia, y sobre todo en su madre, a la que busca a diario para escuchar su consejo… y sus regaños.

Jugando un partido de la Copa MX, en el que se enfrentaban Puebla y Correcaminos, la sangre se le subió a la cabeza, quiso sacar el extra, pero no podía controlar al número 29, Luis Eduardo Ahumada, hasta que de pronto lo tuvo a modo y se le acercó para advertirle: “Si me la sigues quitando pinche chamaco, te parto tu madre”.

Y como diría Enrique Borja, se va uno de los jugadores más inteligentes que haya dado el futbol mexicano. Un hombre de lucha, pero sobre todo un ídolo del pueblo mexicano.