Cuando el medicamento es un libro

Esther Cepeda

Columnista

Hace unas semanas, abordé en The New York Times, un ensayo que parecía algo apocalíptico, titulado “El país que dejó de leer”. Finalmente, pensé, otro pesimista se me une, lamentándose del horrible estado de la lectura en Estados Unidos.

El autor, David Toscana, estaba, en realidad, escribiendo sobre México. Pero era similar a lo que veo en este país. Cuando el autor se lamentaba de que el alfabetismo básico, en México había mejorado, pero “la práctica de leer un libro real no lo había hecho”, la observación me pareció cierta para los Estados Unidos.

Según una encuesta del Internet & American Life Project de Pew Research Center, el 83 por ciento de los estadounidenses de entre 16 y 29 años de edad ha leído un libro el año pasado, y más de ellos lo hicieron por placer y no como tarea de la escuela.

Pero si uno pasa tiempo suficiente en las comunidades y escuelas de bajos recursos, el mundo es muy diferente de lo que describen las estadísticas nacionales.

Toscana recuerda haber preguntado a un auditorio lleno de 300 adolescentes de 14 y 15 años, “¿A quién le gusta leer?” Lo asombró ver una única tímida mano. He tenido experiencias similares en escuelas locales.

Toscana también pasó tiempo con maestros, y nunca los vio abrir un libro. He visto a instructores burlarse ante la mera sugerencia de que lean una novela en el verano, a fin de participar en una discusión literaria al reiniciarse las clases. El problema subyacente no es simplemente el del alfabetismo. La realidad es que, aunque se enseña a leer a mucha gente, muchos no se crían, de niños, con el gusto de la lectura. Hay un grupo que se ha dedicado a este triste estado de cosas y que está haciendo algo para cambiarlo.

Reach Out and Read es una organización nacional sin fines de lucro de pedíatras y personal médico, que receta libros como parte de las visitas médicas de rutina de los niños. La organización enseña a padres jóvenes a leer junto con sus hijos y recalca a los padres que ellos son los maestros más importantes de sus hijos. “Los fundadores dijeron ‘Hablamos de nutrición, del azúcar, los cinturones de seguridad, los asientos de carros para niños, el ejercicio y asuntos de ese tipo, ¿por qué no comenzar a incorporar el mensaje de la importancia de la lectura?’” dijo Judith Forman, gerente de concientización del público de la organización con sede en Boston. “Finalmente, el programa creció hasta ser nacional. Ahora servimos a 4 millones de niños y familias al año por medio de 5.000 centros de salud en los 50 estados.”

Una de las cosas que me llamaron la atención cuando hablé con Forman es que aunque los grupos de médicos que participan en el programa están principalmente concentrados en comunidades de bajos ingresos –que podría decirse es donde más se los necesita– una vez que un consultorio se inscribe, todas las familias están expuestas a los beneficios de la lectura. “El personal médico adapta el programa para cada familia,” expresó Forman. “Particularmente ahora, en la época de la tecnología, algunas familias carecen de tiempo y no de dinero, y caen en la trampa de reemplazar la lectura con tiempo delante de la pantalla. En otras familias en las que los padres podrían tener niveles bajos de alfabetismo, o una segunda lengua, enseñamos a los padres a sentarse con sus hijos y pasar las hojas de un libro, mirar las ilustraciones y hacer preguntas. La lectura, la charla, las canciones y las rimas con sus hijos son cosas que preparan las destrezas necesarias para que los niños estén listos para leer, aprender y triunfar. Y el momento en que un niño está en la falda de un padre es un momento especial para crear vínculos.”

Recetar el amor a la lectura para familias de padres jóvenes –qué idea brillante. Lamentablemente, es una idea que debe considerarse con más seriedad a fin de propagarla ampliamente, ya que la lectura de libros está ausente en algunas familias y cede el paso, en nuestra sociedad, al interminable entretenimiento electrónico en los otros.